Fernando Fischmann

No hay innovación tramposa

29 Diciembre, 2015 / Artículos

No hay innovación tramposa. Si es tramposa, no es verdadera innovación. Desde el principio, defendemos una línea ‘programática’ basada en los mejores ‘valores’ de la innovación. Esos valores tienen que ver con la ética. Es sabido que innovar no es fácil. No es un proceso automático ni responde a una fórmula o algoritmo concreto que se puede repetir. No hay dos casos iguales, ya que la innovación genuina consiste en un verdadero proceso creativo original. Cada acto de innovar es distinto a cualquier otro. Contiene intrínsecamente una creación, engendra algo con valor que no existía antes. Si no es así, no le podemos llamar verdaderamente innovación.

Esto no significa que ‘innovación’ no sea uno de las términos más erosionados, sobre todo, debido a su uso bastardo, ya que hay muchos ‘discursos’ empresariales de los que parece deducirse que les basta ‘parecer’ innovadores, en lugar de ‘ser’ innovadores. De ahí que sea cada vez más importante que en los ecosistemas empresariales y sus actividades existan unas reglas del juego limpias que permitan que la verdadera innovación emerja, sea valorada y prospere.

Como todo el mundo sabe, las empresas que son genuinamente innovadoras suelen ser, aunque no en exclusiva, las empresas pequeñas, rápidas, flexibles, en las que la toma de decisiones no es cosa de demasiados niveles de jerarquía, (en diseño se suele decir que “un dromedario resulta de un galgo diseñado por un ‘comité'”). Frecuentemente suele ocurrir que las ideas innovadoras y disruptivas emergen entre las empresas que están empezando algo distinto, algo nuevo. Y a casi nadie, por principios, se le ocurre asociar a un ‘entrepreneur’, a un emprendedor de raza, con alguien tramposo.

También es un lugar común, aunque no les gusta nada oírlo, que por diversas razones a las empresas grandes y muy grandes les resulta muy difícil o casi imposible innovar disruptivamente, -aunque lo disimulan a veces muy bien-. Algunas intentan paliar esa incapacidad tirando de talonario, comprando ‘startups’ muy innovadoras.

Y hay otras que se reestructuran, precisamente, para huir de convertirse en una macro-corporación, porque saben que estas mastodónticas organizaciones, por su propia burocracia y lentitud son letales, asesinas de la innovación. Es de esto de lo que Google, con su reconversión en Alphabet Inc., intenta huir. Google de facto, se estaba convirtiendo en un gigante, en una gran corporación y tanto Larry Page como Sergey Brin odian que alguien se refiera a Google como una ‘corporación’, porque saben lo que significa eso. Significa cambiar el espíritu de la innovación por el de las corporaciones y, por extensión, significa cambiar ‘su’ alma de Silicon Valley, su ADN, por la de Wall Street. [Prometo dentro de poco analizar aquí la reencarnación de Google en ‘Alphabet’ porque tiene aspectos sumamente interesantes].

Precisamente, a un alto ejecutivo de una multinacional le oí decir que si a uno de sus colegas le mencionas la palabra “ética”, se sonríe, pero si se la nombras a un ‘trader’, es decir, a un bróker financiero de cualquier Bolsa, directamente le sale una carcajada. Naturalmente, alguien de algún puesto relevante en una multinacional, no diría esto ante una cámara o con una grabadora en marcha. Vuelvo a citar a Richard Stallman, el padre del software libre.

Richard me dijo que la tecnología sin la guía de un propósito ético es completamente estúpida. En aquella conversación hablamos también sobre esa cultura reciente de algunas consultoras que afirman que la ética puede ser ‘rentable’ para las grandes empresas. Stallman me atajó la explicación diciendo que usar la ‘ética’ sólo cuando te sea rentable es hacer trampas. Algo que no se debe hacer. Nunca, en ningún caso. Como tantas veces, Stallman tenía razón.

Obviamente, cuando en estas páginas defendemos la Innovación con mayúsculas, hablamos de innovación genuina y sin trampas. Y para que surja y se materialice es necesario que el ecosistema empresarial y sus mercados estén libres de ‘trampas’ porque si no es así se nos va a quedar, a nosotros que hablamos de ello, y a los verdaderos innovadores, cara de tontos. Algo, además que es profundamente injusto con los mejores, con los que consiguen innovar de verdad.

Hablando de trampas. Hay un caso actual paradigmático sobre hacer trampas en las empresas y la industria, a gran escala. En estas mismas páginas publiqué una reflexión sobre el caso WV con el título: “El software tramposo de Volkswagen, ¿la punta del iceberg?” . Pues bien, la ‘trampa’ corporativa del grupo WV, tal como nos temíamos, empieza a convertirse en una ‘trampa’ global y también un mancha para toda la industria mundial del automóvil. La empresa Audi, en una acción totalmente insólita, ha demandado hace muy poco a su matriz, la corporación Volkswagen por el escándalo de las emisiones, (en el que ya hay 2,1 millones de automóviles Audi, implicados).

El portavoz de Audi afirmó: “No toleramos ninguna práctica que vulnere el derecho vigente o valores fundamentales”. ¿A qué ‘valores fundamentales’ se refiere este portavoz de la empresa? Desgraciadamente, a la vista de los sucedido, no creo que se trate de los mismos ‘valores’ a los que se refiere Stallman (no olvidemos que el ‘instrumento’ del escándalo de la ’emisiones’ ha sido la tecnología y, en particular, un software para el dispositivo de control electrónico que montan los vehículos). Hay corolarios que van emergiendo conforme vamos conociendo más y más detalles e información sobre las circunstancias.

Primera lección: la auto-regulación de la industria del automóvil ha sido un fracaso y ha saltado por los aires. El gobierno federal alemán, tenía tal confianza en las cifras que su industria de automoción le proporcionaba, que las daba por buenas. Eso se acabó. Ha tenido que ser un grupo de investigadores universitarios los que, después de comunicar sus resultados, y a falta de que la propia industria les tomara en serio, presentó su resultados a la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de EEUU, que sí lo hizo de inmediato. Allí, las opiniones científicas se toman muy en serio. A nadie se le ocurre que un grupo de científicos no sea guiado por la ética (aunque seguro habrá excepciones), pero ése es el sentir general sobre la cultura científica sobre la ciencia en ese país. Ésa es la segunda lección. La tercera es que las risas que decía, que provoca la palabra ‘ética’ a cualquier bróker de Wall Street, probablemente por extensión, se podrán extender al concepto de ‘innovación’.

Es decir que si alguien se presentara como un innovador ante cualquier consejo de una empresa de inversión especulativa bursátil -no hablo obviamente del capital riesgo, también, probablemente, con sus propuestas en más de una ocasión (ha ocurrido)-, levantaría unas cuantas carcajadas. Así que según esta tercera lección, hemos de ponernos manos a la obra, aprender y actuar, cada uno en nuestro cometido, para velar por la ‘limpieza’ en los ecosistemas empresariales, y en su actividad comercial, con el fin de que pueda emerger en ellos una genuina innovación sin trampas, cuyo valor principal radica en que alguien es capaz de hacer y conseguir generar algo con mucho valor en el mismo entorno que otros no pueden. Algo que hay que reconocer y valorar. Para esto habría que identificar y echar a los tramposos. Y no echarlos, encima, con una obscena indemnización de 28,6 millones de euros que es lo que ha ‘costado’ al grupo Volkswagen ‘deshacerse’ discretamente de su ex-presidente. Menudo mensaje se envía así a los potenciales tramposos.

Y como lección final: sí existen y deben existir ‘valores fundamentales’ en el ecosistema empresarial. Aquellos a los que crípticamente hacía referencia el comunicado de Audi. Preservar esos valores, no sólo castigando a los tramposos, -que también-, sino alejándolos de los puestos de mayor responsabilidad en las empresas. Y en cualquier empresa, el que un tramposo esté entre sus ejecutivos o directivos debería ser algo intolerable e impropio de una sana cultura empresarial. Tan intolerable como debe serlo para un comprador de productos o usuario de servicios de cualquier empresa, es decir para toda la sociedad. Esta será una de las mejores formas de preservar la verdadera innovación y no la de remover al tramposo (por acción u omisión), suave y discretamente de su puesto con una pensión multimillonaria como se ha hecho con el ex-presidente de WV.

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