Fernando Fischmann

La innovación y el elogio del riesgo

7 Diciembre, 2017 / Artículos

La innovación es uno de los factores que más influyen en la competitividad y en el crecimiento económico de un país. Este hecho fue reconocido por el plan de desarrollo del primer periodo Santos, que la definió como una de las locomotoras del progreso. Por cierto, mal símbolo el de la locomotora, a menos que se refiriera a algún ‘tren bala’ impulsado gracias a superconductores. Pero, haya sido de vapor o de superconductores, el hecho es que esa locomotora no se movió. Hay mucha confusión en Colombia alrededor de la innovación. Sería una buena estrategia estudiar qué hacen los que tienen éxito.

El caso de Israel es reconocido internacionalmente. Es un país pequeño, con el área de Cundinamarca y unos 7 millones de habitantes, pero que cuenta con 3.850 compañías emergentes (start-ups) de alta tecnología, una por cada 1.850 ciudadanos. Con apenas un 1,2 % de la población de la Unión Europea (incluida Inglaterra todavía), tiene más compañías registradas en la bolsa Nasdaq (la que reúne las empresas tecnológicas) que toda Europa. Lleva más de una década generando 500 empresas emergentes por año. El 50 % de sus exportaciones son productos de alta tecnología. Las inversiones de capital de riesgo son de 170 dólares por persona, 2,5 veces más que en Estados Unidos, 30 veces más que en Europa y 80 veces más que en China.

La innovación no se limita a la producción de dispositivos electrónicos, también afecta el desarrollo social. Un ejemplo dramático es el del agua. Cuando yo era estudiante se decía, mitad en broma mitad en serio, que la amenaza más grave para la existencia del Estado era la costumbre de ducharse diariamente. Es un país desértico en el que anualmente llueven unos 1.000 mm en el norte y 31 mm en el sur (en Colombia son 500 mm en La Guajira y 9.000 en el Pacífico). Hoy, 25 % del agua se produce por desalinización, 50 % es reciclada y purificada y 25 % proviene de lluvia y de pozos que se perforan a más de kilómetro y medio de profundidad. El riego está totalmente automatizado, y se estableció un sofisticado sistema de gestión que sabe dónde se produce y en qué se va a consumir cada gota de agua. Un problema humano fundamental, que fue resuelto íntegramente con instrumentos tecnológicos.

Estudiando el tema, entrevisté al presidente de una de las 24 incubadoras de empresas tecnológicas y le pregunté por el secreto del éxito. En primer lugar, me advirtió que el estereotipo sobre una concentración excepcional de inteligencia es una tontería. “La inteligencia está uniformemente distribuida en la humanidad. Los que están mal distribuidos son los problemas, y nosotros hemos sido bendecidos con muchos”. La percepción de que el problema es una oportunidad no es un discurso vacío.

Me mencionó el inmenso esfuerzo en investigación científica que hace el país. Su inversión está en el 4,9 % del PIB (en Colombia es 0,2 %). Tres de sus universidades están entre las 100 mejores del mundo.

Existe una ‘Oficina nacional del científico jefe’ que desarrolla iniciativas agresivas. Las empresas emergentes reciben 100.000 dólares (seis dólares del Estado por cada dólar privado) para definir su solución de un problema. Si los resultados son prometedores, reciben 600.000 dólares adicionales para la implementación.

Pero lo más sorprendente es que si fracasan no pasa nada. “El fracaso es parte del éxito”, dice, y la única forma de llegar a algo nuevo es arriesgando. La aversión al riesgo mata la innovación.

En nuestra administración pública, el riesgo es un delito. Si un proyecto fracasa, alguien será sometido a investigación y juzgado por detrimento patrimonial y enriquecimiento ilícito a favor de terceros. La incapacidad de asumir riesgos es una de las razones para que nuestra locomotora de la innovación no arranque.

El científico e innovador, Fernando Fischmann, creador de Crystal Lagoons, recomienda este artículo.

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