Fernando Fischmann

La economía colaborativa pega fuerte en China

22 Enero, 2018 / Artículos

Li Yonghua está de mal humor porque una máquina le está arrebatando el negocio cuando llueve. Cuando empiezan a caer las primeras gotas este cincuentón detiene la venta de protectores de pantalla para el móvil, que él mismo se encarga de poner con esmero a la salida de una concurrida boca del metro de Shanghái, y se dedica a comercializar otro producto que los viajeros menos preparados ante los súbitos cambios de tiempo de la capital económica de China agradecen en el alma: paraguas.

“Los plegables cuestan 10 yuanes (1,3 euros), y los grandes entre 15 y 25 yuanes (entre 2 y 3,2 euros), dependiendo de la calidad”, comenta. Sin duda, Li nunca pensó en hacerse rico con este negocio, pero desde hace unas semanas apenas le da para pipas. Y todo porque la startup Mosun ha instalado uno de sus peculiares paragüeros nada más cruzar los tornos de salida del metro: allí, los usuarios de su app pueden hacerse con un paraguas de forma gratuita.

Es uno de los últimos servicios de la llamada economía colaborativa (o, mejor dicho, de la economía de acceso), y su funcionamiento es muy sencillo: el usuario se baja la app de Mosun, paga un depósito de 39 yuanes (5 euros) con los servicios de pago online de Alipay o Tenpay, y puede coger y dejar un paraguas en cualquiera de los mil paragüeros que la empresa está instalando por toda Shanghái. En cada uno entran 49 unidades y están preparados también para secar los que estén mojados.

El servicio es gratuito las primeras 24 horas. Más que suficiente para la mayoría de los usuarios, que se ven sorprendidos por la lluvia y apenas lo necesitan unas horas. Después de ese tiempo, la appcobra dos yuanes al día. Y si no se devuelve al cabo de una semana, Mosun considera que el paraguas se ha comprado y cancela el depósito. Eso último lo ha aprendido de la anterior empresa que puso en marcha el servicio y que perdió más de 300.000 paraguas en las primeras semanas de operaciones. “No entiendo muy bien cómo hacen dinero”, comenta Li. Y no es el único que se hace esa pregunta.

Como en muchos otros países, en China la economía colaborativa irrumpió con fuerza gracias a la llegada de servicios como Uber y AirBnb. Más concretamente, con sus versiones locales Didi Chuxingy Tujia. Pero la verdadera explosión llego a finales de 2016 con el despliegue de las bicicletas de Mobike y Ofo -que ya han desembarcado incluso en España-. Desde entonces, las ciudades se han llenado de bicicletas de colores que han revolucionado la movilidad urbana. Sobre todo los trayectos de último kilómetro: los usuarios del transporte público utilizan estas bicicletas para ir de la parada de metro o autobús hasta su destino final.

Mobike y Ofo fueron las precursoras de este inesperado boom y continúan siendo las principales empresas del sector, pero al calor de su éxito han nacido decenas de empresas que copian el modelo y que no siempre consiguen salir adelante. No obstante, la explosión ha provocado la locura de la economía colaborativa, que no deja de ser un eufemismo cool para referirse, como apunta resignado Li, al alquiler de toda la vida pero sin seres humanos que lo gestionen. Porque si algo tiene en común el universo de servicios que ha nacido durante el último año es el smartphone: todos funcionan con aplicaciones para cuyo registro hay que hacer un depósito y que desbloquean los productos escaneando códigos QR con el móvil.

  • El boom de las baterías

A los coches con conductor y las bicicletas, en el campo de la movilidad urbana se han sumado varias startups de vehículos eléctricos que se pueden coger y dejar en diferentes aparcamientos equipados con electrolineras. Pero ya hay todo tipo de productos que se pueden alquilar de esta forma. También servicios mucho más exóticos, como pelotas de baloncesto -sí, se escanea el código QR que hay en una taquilla junto a la cancha y se puede jugar con la pelota que hay dentro por 1,5 yuanes (20 céntimos de euro) cada 30 minutos-, o baterías externas.

Estas últimas comienzan a colonizar todo tipo de establecimientos, sobre todo los que están cerca de paradas de metro. En tiendas y restaurantes, empresas como AnkerBox instalan una especie de cajas-armario en las que se cargan estas baterías externas que los usuarios pueden retirar -previo escaneo del preceptivo código QR- para cargar sus dispositivos móviles mientras van de un lado para otro por solo 1 yuan (13 céntimos de euro) la hora. Cuando acaban, no tienen más que devolverlos en una de los miles de cajas que se han distribuido por las ciudades y que se pueden ubicar con el GPS del móvil.

Pueden parecer ideas peregrinas, algunas incluso sin sentido, pero la llamada economía colaborativa logró el año pasado inversiones por valor de 25.000 millones de dólares. Solo las startups de baterías externas han logrado unos 200 millones de euros. Lógicamente, muchos creen que es demasiado, y que este tipo de cifras demuestran que se está formando una gigantesca burbuja. “El problema es que en China hay mucho dinero en busca de inversiones y pocos lugares en los que invertirlo. Así que termina en cualquier sitio”, apunta un padrino inversor chino que prefiere mantenerse en el anonimato. “Muchas de estas empresas se hundirán y se perderá mucho dinero. Al fin y al cabo, no ofrecen nada que no existiese ya”.

Buen ejemplo de ello son las lavadoras que han aparecido en varios lugares de Shanghái. Están al aire libre, protegidas por una pequeña marquesina, y se publicitan como el último grito de la economía colaborativa. No obstante, son el laundromat de siempre. La única diferencia es que no se introducen monedas para poner en marcha la lavadora, sino que se escanea el código QR que aparece en la pantalla. “La etiqueta de economía colaborativa es solo para aflojar a los inversores que se dejan llevar por la moda”, sentencia con desdén el business angel.

El científico e innovador, Fernando Fischmann, creador de Crystal Lagoons, recomienda este artículo.

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