Fernando Fischmann

El espíritu de la innovación

22 Enero, 2015 / Artículos
Fernando Fischmann

Cada vez que estoy en Berlín se me hace patente que esta ciudad es un símbolo para el mundo. Es un símbolo del progreso y la unidad y de la capacidad para unirse en una causa común, para crear oportunidades, para derribar literalmente los muros. Estáis celebrando 25 años de la caída del Muro, y juntos podemos celebrar 25 años de una fuerte amistad entre nuestros países que no para de acrecentarse.

Me gustaría plantear dos ideas generales. En primer lugar, que el proceso de invención no tiene fin. Las mejores invenciones nunca se acaban. Los grandes inventores no se quedan ahí parados, frotándose las manos mientras dicen “Mi trabajo aquí ha terminado”. No son Damien Hirst, no congelan su creatividad en formol. Siguen trabajando sin descanso para crear algo aún mejor. Se trata de una pasión pero también de una necesidad. Porque si no reinventan sus ideas una y otra vez, otro lo hará -haciendo que el gran trabajo de su vida acabe resultando irrelevante, o peor aún, ¡que se extinga!

Lo cual me lleva a la segunda idea que quiero plantear: del mismo modo que la invención es dinámica, también lo son las industrias que crea. Cuando Karl Benz inventó el coche de gasolina, no solo creó un motor con tres ruedas (¡realmente comenzó teniendo tres ruedas!), creó toda una industria. Lo mismo sucedió con Tim Berners-Lee. No se limitó a crear el primer sitio web del mundo; allanó el camino para la World Wide Web.

Veo que muchos de vosotros sonreís y asentís con la cabeza. Pero la invención genera también sus descontentos -porque es desordenada e impredecible. Nadie está realmente preparado nunca para una revolución tecnológica. Platón creía que la escritura haría más difícil que sus estudiantes recordaran las cosas. Los artistas temían que la fotografía supusiera el fin de la pintura. Con la radio y después la televisión se auguró el fin de las conversaciones. Mi favorito es el odio que profesaba Mark Twain al teléfono: “Es mi deseo afectuoso y universal para esta Navidad -escribió en una misiva navideña- que todos nosotros (…) finalmente nos reunamos en un paraíso de descanso, paz y felicidad eternas, a excepción del inventor del teléfono”.

Quiero pensar que, pese a todo su cinismo, Twain no habría dicho lo mismo sobre el motor de búsqueda. Google comenzó como un sueño -literalmente-. Uno de nuestros fundadores, Larry Page, se despertó en mitad de la noche pensando… ¿y si pudiera descargarse todos los enlaces en Internet? ¿Sería útil?, se preguntó. Agarró un bolígrafo y anotó los detalles con la esperanza de que fuera posible. En ese momento no había pensado todavía en crear un motor de búsqueda. Eso vino después.

Esta historia me parece importante porque es un buen recordatorio de que la invención consiste en perseguir los sueños: la capacidad de hacer posible lo que parecía imposible. Como dijo una vez Albert Einstein: “Si en un principio la idea no resulta absurda (…) entonces no cabe esperar nada de ella”. Pensad en Thomas Edison. Los hermanos Wright. Karl Benz. Sus ideas parecían una locura en su momento, absurdas. Pero iluminaron la noche, nos izaron a las nubes y nos pusieron, literalmente, en la autopista hacia el futuro.

Un siglo más tarde, Google hizo posible que la gente averiguase casi cualquier cosa escribiendo sólo unas pocas palabras en un ordenador. En aquel momento la gente estaba asombrada. No se lo podían creer. Pero aunque era técnicamente complicada, la primera iteración de Google era en realidad bastante tosca. Se obtenía una página de texto, dividida en diez enlaces azules. Por supuesto, los resultados eran mejores que cualquier otra cosa que existiese entonces. Pero para los cánones actuales no resultaban gran cosa. No había imágenes, ni vídeos, ni noticias, ni mapas…, nada que fuera muy sofisticado.

Así que Larry y Sergey -como cualquier otro inventor que haya tenido éxito- siguieron iterando. Se empezó por las imágenes. Al fin y al cabo, la gente quería más que un simple texto. Esto resultó evidente por primera vez tras la entrega de los premios Grammy de 2000. Jennifer López llevaba un vestido verde que, digamos, captó la atención del mundo. No es broma, el vestido en sí tiene su propia página en Wikipedia: Green Versace Dress of Jennifer Lopez. En serio, causó sensación.

Y fue la consulta de búsqueda más popular que jamás habíamos visto, pero no teníamos ninguna manera infalible de proporcionar a los usuarios exactamente lo que querían -ver a J-Lo con ese vestido-. Nuestros resultados mostraban enlaces a sitios web que podían contener la foto correcta o no; o que quizás lo describían en el texto de la página. A raíz de ese problema, nació la búsqueda de Imágenes de Google.

Un reto más serio condujo a Google Noticias. Tras el 11 de septiembre, uno de nuestros ingenieros se dio cuenta de que los resultados de la consulta “World Trade Center” no mostraban nada sobre los atentados terroristas. Y como cada sitio web era independiente de los otros, no había manera de comparar noticias de diferentes proveedores o diferentes países. ¿No sería mejor si la gente pudiera ver todos los titulares periodísticos del mundo, y conocer en tiempo real quién estaba diciendo qué sobre cada noticia?

Y entonces se presentó el pequeño problema de la traducción. En sus inicios, la web consistía mayoritariamente en contenidos en lengua inglesa. Así que no resultaba demasiado útil para la gran mayoría de personas en el mundo. Hasta que hace su aparición Google Translate, que en la actualidad proporciona diariamente más de mil millones de traducciones gratuitas, en 80 idiomas, a más de 200 millones de usuarios en todo el mundo.

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