Fernando Fischmann

Economía de la innovación en EE.UU.

5 Enero, 2017 / Artículos

La innovación estadounidense lidera la mayoría de indicadores y ha conseguido generar un ecosistema único, no replicable por sus competidores. Las perspectivas actuales son positivas aunque haya algunas amenazas reales. Habrá que esperar a las promesas electorales de Trump.

El análisis estratégico de la innovación es un asunto complejo, que resulta del estudio de la política (regulación, administración, mercado laboral), la economía (oferta, demanda, patrones de consumo, internacionalización), la sociedad (usos sociales, clima político, demografía) y la tecnología (niveles de penetración, patentes, gasto público). El modelo económico de innovación, investigación y desarrollo de Estados Unidos es exitoso, porque obtiene buenos resultados en las cuatro dimensiones. Según el Índice de Competitividad Global de 2016, que elabora el Foro Económico Mundial, EE UU ocupa el tercer lugar del índice porque combina la capacitación de su población, la colaboración entre público y privado, la orientación comercial de la innovación (from Lab to Market), las infraestructuras y la fortaleza de su sistema universitario y de posgrado, así como la reserva de los mercados financieros.

Con estos ingredientes, la innovación es el sustento del capitalismo creativo que rige en el país. Cuenta con posiciones muy reconocidas, pero se enfrenta a nuevas amenazas. La primera consiste en el propio fundamento de la correlación entre innovación, productividad y crecimiento económico, en entredicho. Robert Gordon, catedrático de la Universidad Northwestern en Chicago, considera que la productividad se ha ralentizado desde la década de los setenta. En su opinión, es el propio factor de productividad el que está en recesión. Aunque hay innovación, la capacidad de alterar los vectores económicos (automoción y transportes, alimentación, textil) es limitada, menor de lo que parece, evaluado su impacto en el mercado laboral y de capitales. Robert Litan e Ian Hathaway, de Brookings Institution, han investigado la creación de start-ups entre 1977 y 2012. Las compañías de menos de un año han pasado de ser el 15 por cien del mercado al ocho por cien. Completa el diagnóstico de Gordon: la aplicación de viejas ideas se agota.

Otros autores, como Joel Mokyr o Roger Martin discrepan. El primero considera que las invenciones se pueden refinar de modo que se conviertan en transformaciones sostenibles, que resuelvan un problema presente o futuro o bien que atiendan a nuevos grupos de población. Ahí radica la auténtica innovación. Como ejemplo, sugiere el impacto de las tecnologías en los países en desarrollo. Según el Digital Dividends, 2016 del Banco Mundial, 4.000 millones de personas demandarán acceso a internet y 2.000 millones, a móviles. Solo esta actividad ocupará decenas de innovaciones.

El segundo acuña el concepto “capitalismo creativo” para señalar actividades económicas intensivas en ideas aplicadas, en servicios de valor añadido, en diseño y usabilidad, en orientación comercial, así como en el empleo de metodologías y herramientas que conectan prototipos con expansión comercial. Emprendedores de toda naturaleza, científicos, profesionales de la salud, periodistas, abogados o economistas se encuadran en ese conjunto de servicios cuyas barreras profesionales se han diluido para atender las necesidades de la economía digital. Se exploran nuevos yacimientos de empleo, mientras se cierran otros. Los trabajos intensivos en rutinas serán sustituidos por procesos automatizados y robots. La creatividad es pensar el cambio, mientras que la innovación es conseguir que este sea posible, tenga éxito y genere empleo.

El debate tiene consecuencias en el diseño de las políticas públicas de innovación. Preocupan los efectos en el empleo, la creación de empresas, la internacionalización, la diplomacia científica y la competitividad a medio plazo. La innovación no procede solo de la inversión en I+D, sino de la capacidad de conectar nuevas áreas de conocimiento, crear nuevos servicios e impactar en el sistema industrial. Las primeras aplicaciones del Internet de las Cosas, la economía colaborativa, los big data, las impresiones 3D, la biotecnología o la inteligencia artificial auguran una transformación digital de numerosas industrias y servicios.

Las fortalezas del sistema

El punto de partida es excelente. Según OECD.Stat EE UU está a la cabeza de los principales indicadores de ciencia y tecnología. El gasto en I+D alcanza el 2,74 por cien del PIB. Ha sumado 0,23 puntos desde 2005. El gasto representa 473.000 millones de dólares y 1.442,51 dólares per cápita. La recesión europea y la austeridad han disminuido las inversiones de los países europeos, de modo que la brecha se ha ampliado durante el periodo 2008-15. Según Eurostat, los países europeos destinan de media el 2,02 por cien de su PIB a I+D. En España, la inversión solo alcanza el 1,26 por cien. La media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en 2013 se sitúa en un 2,40 por cien.

EE UU es el primer país por número de patentes. Según datos de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (2014), el país registró el 28,7 por cien de las patentes, un total de 61.492 en áreas como nuevos materiales, salud y tecnología de la información. Le siguen Japón (19,8 y 42.459), China (11,9 y 25.539), Alemania (8,4 y 18.008) y Corea del Sur (6,1 por cien y 13.151). España presentó 1.722 patentes PTC (patentes a escala internacional). La cuestión regulatoria es fundamental y una de las claves de bóveda de la orientación comercial de las invenciones. La Oficina de Patentes y Marcas de EE UU ha reducido los tiempos de decisión a una media de 117 días. Es un incentivo para que los creadores validen sus ideas en los mercados con garantías jurídicas. El índice Nasdaq es revelador del peso de la innovación tecnológica. EE UU cuenta con cerca de 400 empresas cotizadas, mientras que las procedentes de China e Israel están en torno a las 40. La Unión Europea no es una potencia tecnológica, ya que no alcanza el cinco por cien.

En cuanto al capital humano, los investigadores por cada 1.000 habitantes mide el número de profesionales dedicados a tiempo completo a la investigación (Informe Unesco sobre la Ciencia de 2015). China lidera este campo, con el 19,3 por cien de su población dedicada a estas actividades. Le sigue EE UU, con el 16,7 por cien. Israel presenta la mayor densidad de investigación (8.337 investigadores por cada millón de habitantes), mientras que EE UU llega a 3.984 por cada millón. Reino Unido (4.108), Corea del Sur (6.553) y Japón (5.195) también le superan. Por número total de investigadores, los competidores son China, Japón, Rusia y el agregado de la UE.

En el plano cualitativo, EE UU es el principal país de origen y destino de científicos profesionales. El 49,1 por cien de los estudiantes de posgrado en el ámbito de las ciencias y las ingenierías elige EE UU, muy por encima de Reino Unido (9,2), Francia (7,4), Alemania (3,5) o Japón (2,9 por cien). Veintidós de los 30 centros con mayor impacto relativo son estadounidenses. En los rankings internacionales, de corte anglosajón y con todas las reticencias metodológicas que se quieran, las universidades y las escuelas de negocios copan los primeros puestos. El 25,3 por cien de los artículos científicos de alto impacto se firman en aquellas universidades (Web of Science). China ha crecido en esta dimensión a un gran ritmo, pasando del 9,9 por cien al 20,2 por cien en el periodo 2008-14. Japón representa el 5,8 por cien mundial, mientras que la UE tiene el 34 por cien, con desigualdad interna entre países miembros.

La conexión con el mercado es fuerte porque se estimula la inversión privada. Los fondos destinados a la conversión de las ideas en soluciones tecnológicas y productos industriales son enormes. En EE UU, el venture capital per cápita alcanza los 72 dólares, 10 veces más que en Europa, aunque la mitad que en Israel. Así, se generan ecosistemas innovadores con universidades, laboratorios, empresas tecnológicas, inversores y talento internacional. El perfil de los hubs tecnológicos en San Francisco, Seattle o Boston es revelador, porque concentra y multiplica las capacidades de un área geográfica a través de la creación de redes formales e informales de trabajo. La productividad y la competitividad dependen de la capacidad de generar, procesar y aplicar información basada en el conocimiento. Representa el epítome de la economía de las redes. Los polos tecnológicos compiten entre ellos, pero a su vez colaboran en el desarrollo y la consolidación de proyectos, nuevas aplicaciones e innovaciones. La creación de valor en I+D+i es intensiva en capital, talento y tecnología. No se basa en el control de las materias primas, sino en la capacidad tecnológica, el acceso a un mercado grande e integrado y la capacidad de incrementar el diferencial entre el coste de producción y el precio final en el mercado destino. Las tres capacidades tienen que ser apoyadas o promovidas por las instituciones políticas para encauzar el crecimiento y el desarrollo. La investigación de Mariana Mazzucato “The entrepreneurial State: debunking public vs. private sector myths” de 2013, explica cómo las políticas públicas de innovación contribuyen a la configuración del modelo económico, la estrategia de crecimiento o la apuesta por unos sectores industriales. La acción política se concreta en la seguridad jurídica, la inversión en infraestructuras, la investigación en ciencia básica o el refuerzo del sistema educativo. Los tres ejes sobre los que pivota cualquier decisión al respecto son los mercados abiertos al libre comercio y el capital humano, así como el fomento de modelos de financiación diversos. Sin estos fundamentos y la inversión en ciencia básica, no hay capital riesgo, ni innovación ni transformación digital.

En suma, la principal ventaja del modelo estadounidense es su capacidad adaptativa. Cuenta con recursos propios e inversión constante, lo que le permite mitigar las crisis a mayor velocidad, diversificar los riesgos y ser una economía menos vulnerable a las grandes recesiones de nuestro tiempo. La innovación es un acelerador de la competitividad, prepara para la disrupción y favorece los sistemas abiertos.

El momento Sputnik

En el discurso de la Unión, en 2011, el presidente Barack Obama recuperó la metáfora del “momento Sputnik” para hablar del apoyo a la investigación básica, la inversión en tecnologías de la información, el fomento de las energías limpias y el estímulo del libre comercio. No mencionó ningún rival directo, pero la evolución del gasto en I+D cartografía el nuevo mapa de poder basado en la ciencia. Destaca el programa Innovation 2020 de la Academia China de las Ciencias, cuyo objetivo es la promoción y el impulso de la investigación básica. El programa vincula la ciencia básica con las tecnologías, el crecimiento económico y la reducción de la dependencia exterior. Las siete áreas principales serán energía nuclear, medicina regenerativa, carbón, ciencia de los materiales, tecnologías de la información, salud pública y medio ambiente. El programa se completa con la creación de 400 nuevos centros universitarios que imparten docencia en inglés en las áreas de ciencia y tecnología. Por el ritmo de crecimiento de las inversiones, los nuevos competidores aún tardarán en alcanzar o superar a EE UU.

El científico e innovador, Fernando Fischmann, creador de Crystal Lagoons, recomienda este artículo.

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